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viernes, julio 04, 2014

Sombras del Paraíso Arturo Neimanis Capítulo XV: La Tati



Julio 4, 2014

Sombras del Paraíso
por: Arturo Neimanis

CAPITULO XV
La tati

Ser transportado a Málaga por Tangos, llegar a Córdoba por Soleá, sentirte en Sevilla por Seguirillas o simplemente ver la bahía cuando baila Por Alegrías. De todo esto y más es capaz esta magnífica mujer, “bailaora” de flamenco y con nombre artístico definido: La Tati. He venido siguiendo el dulce encanto de su arte desde mediados del siglo XVI cuando la vi por primera vez y reconozco que quedé prendado de su maestría. Reincidente empedernida en el difícil mundo de la danza y sin embargo, por increíble que pueda parecer, realmente no tiene una veta artística en su esencia vital, yo la vería más como pintora, tal vez incluso caricaturista. De hecho, la siento más como psiquiatra o psicólogo. ¡Si hasta se parece a mi hija menor! Tuve la suerte de asistir a una de sus presentaciones en diciembre del 2001, es una grande, uno de esos genios que hacen historia, me enseño a sentir el flamenco de otra manera, ¡realmente la admiro!

Más allá de la admiración que siento ante su maestría en la danza, a través de ella, casi que por accidente, descubrí que mis sospechas no eran infundadas. Hay toda una tramoya de conspiración oculta que atenta contra la obra del Artista, ¡ahora lo sé con certeza!

Después de asistir a su presentación, me senté a admirar la belleza esplendida de la torre Eiffel, toda ella iluminada, engalanada de luces multicolores. Esta ciudad siempre me pone nostálgico, nunca me perdonaré no haber venido acá cuando estaba vivo en compañía de mi esposa. Recortada contra el cielo de Paris y a lo lejos, las sombrías gárgolas. Su origen se remonta a la Edad Media, relacionado con el auge de los bestiarios y los tormentos del infierno. Cierto es también que la imaginación de los artistas medievales estaba abonada por mitos aún más antiguos. De hecho, las primeras gárgolas fueron bautizadas con el nombre de grifos. A través de ellas se  plasmaba, además, a otros seres fabulosos que podían tomar la forma de animales, seres humanos o una mezcla de ambos; pero siempre representados de manera más o menos monstruosa. En la actualidad han pasado a representar los supuestos poderes  mitológicos que estas rocas con forma inhumana desempeñaban. Según las leyendas, sirven para ahuyentar al demonio y otros espíritus del mal.

Según la tradición oral francesa, existió un dragón llamado La Gargouille, descrito como un ser con cuello largo, hocico delgado y potentes mandíbulas, alas membranosas, que vivía en una cueva próxima al río Sena. Se caracterizaba por sus malos modales: tragaba barcos, destruía todo aquello que se interponía en la trayectoria de su fiero aliento, y escupía demasiada agua, tanta que ocasionaba todo tipo de inundaciones. Los habitantes del cercano Rouen intentaban aplacar sus accesos de mal humor con una ofrenda humana anual consistente en un criminal que pagaba así sus culpas, si bien el dragón prefería doncellas, bueno, ¿quién no?

En el año 600 el sacerdote cristiano Romanus llegó a Rouen dispuesto a pactar con el dragón si los ciudadanos de esta localidad aceptaban ser bautizados y construían una iglesia dedicada al culto católico. Equipado con el convicto anual y los atributos necesarios para un exorcismo –campana, libro, vela y cruz–, Romanus dominó al dragón, transformándolo en una bestia dócil que consintió ser trasladada a la ciudad, atado con una simple cuerda. La Gargouille fue quemado en la hoguera (lo cual comprueba que en esa época tampoco se podía confiar en el clero), excepción hecha de su boca y cuello que, acostumbrados al tórrido aliento de la fiera, se resistían a arder, en vista de lo cual, se decidió montarlos sobre el ayuntamiento, como recordatorio de los malos momentos que había hecho pasar a los habitantes del lugar.

Una cosa me llevo a otra y recordé la famosa gárgola del edificio Chrysler en la ciudad de Nueva York. Ensimismado en estos pensamientos comencé a delinear una imagen en mi mente, un cuadro o más bien un bosquejo. Mi fascinación por Europa, África, Asia era evidente, sin embargo, no sé porque no me sentía atraído hacia el continente que me vio nacer. Hasta ese momento no había reparado en ello y de haberlo hecho seguramente lo habría achacado a alguna limitación impuesta por el guardián, como siempre, sin decirme nada al respecto. La prehistoria del ser humano, prácticamente transcurrió de igual manera, los grandes imperios precolombinos están sumidos en el olvido o simplemente nunca fueron descubiertos.

Excepción hecha de tiempos recientes, incluso han estado exentos de su cuota de villanos. Son realmente muy pocos los que puedo recordar durante los últimos dos mil años y en su mayoría, son de fechas tan recientes como el segundo descubrimiento de América por parte de Colón. Lo cual apunta más a un origen europeo que autóctono. ¿A qué se debe esto? Poco a poco fue naciendo una certeza en mi mente, no recuerdo cuanto tiempo pase allí, sentado, meditando, cuando me percate de ello, ya el sol se vislumbraba en el horizonte de un bello aunque húmedo amanecer.

Fue así como partiendo de algo tan encantador como lo era la expresión artística de La Tati, mi inquieta mente me terminó llevando hasta los umbrales de un descubrimiento que habría de hacer temblar los cimientos de todo lo que creía había llegado a comprender durante los centenares de años que llevaba peregrinando por el mundo. Seria precisamente allí, en América, donde habría de encontrar respuestas a mis inquietudes. Que esas respuestas fuesen de mi agrado, eso era harina de otro costal.

Esa misma mañana tome un vuelo hasta Nueva York, estaba seguro que en la tierra del Tío Sam habría de encontrar lo que buscaba. Y no me equivocaba al pensar así…

Continuará...

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