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martes, junio 24, 2014

Sombras del Paraíso Arturo Neimanis Capítulo V: El Adiestramiento



June 24, 2014
Sombras del Paraíso

Capítulo V
El Adiestramiento

Dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes, o al menos eso pensaban los antiguos griegos; yo particularmente, he llegado a compartir su opinión. Mi encuentro con el conserje divino, guardián del Artista del universo no fue más que el comienzo de lo que con el paso de los años, muchísimos de ellos, he dado en ver como mi propia saga. Mi vida dio comienzo a finales del siglo XX, fallecí mediando el XXI y por esos extraños virajes que da el destino, me ha sido dado después de haber muerto, recorrer el mundo más allá de su geografía, a través de su historia y como testigo de sus hechos.

De la mano del guardián, he recorrido la historia humana, desde sus albores hasta poco antes de mi nacimiento. Bajo su tutela, me mostro el antiguo Egipto, haciéndome comprender la armonía alcanzada por el todo al contemplar su auge y caída. Vimos el resplandor de la antigua Grecia y el albor del Imperio Romano, vimos la decadencia de la Iglesia y el resurgir del espíritu humano. Me hizo comprender el porqué de las guerras y cuándo hasta lo bueno puede llegar a ser malo. Vimos las cumbres del pensamiento y las simas de su miseria. Palpamos la placidez del hombre libre y sentimos el sufrimiento del cautivo que muere sin siquiera saber que es esclavo. Avanzamos con la ciencia y retrocedimos también con ella. Disfrutamos con el Arte y con cosas que ni siquiera merecían ese nombre. Pero lo más significativo, me enseño como influir en los cambios, el sutil empujón al timón de la nave que nos saque del curso de colisión sin siquiera un temblor de la mano. La belleza intrínseca en lograr el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. Realmente me enseño a cambiar la historia, por sobre todo, me enseño lo más importante, cuando no intervenir y permitir al destino que juegue su parte. Ha sido una larga vida, mi vida después de la muerte. Ya mi adiestramiento está por fin completo. No sé si el guardián de alguna manera intervino en ello, hasta ahora mi familia era solo un lejano recuerdo, ahora, en la medida en que nos acercamos a mi tiempo, cada día pienso más en ellos.

Ser inmortal, como solo el guardián es,  es trivial, con la excepción de nosotros los hombres, todas las criaturas vivas se puede decir que también lo son ya que ignoran la muerte. Lo realmente cruel seria el saberse inmortal. Pese a las religiones, esa convicción es desconocida. Judíos, cristianos y musulmanes creen en la inmortalidad, pero solo hacen eso: creer, ya que destinan todo su esfuerzo a premiar o castigar su corta vida. Más razonable me parecen ciertas religiones de Asia que no ven principio ni final, cada vida es causa de la anterior y efecto de la que le sigue, ninguna realmente establece el conjunto.  En caso de vivir siglos, los hombres lograríamos la perfección de la tolerancia y casi del desdén, dado que, de tener un muy largo plazo de vida, a todos los hombres nos ocurrirían todas las cosas. Pasadas o futuras virtudes nos harían acreedores a toda bondad, pero también a toda perfidia, por nuestras  infamias del pasado o del porvenir. Al igual que en los juegos de azar donde los números tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen la perspicacia y la insensatez, probablemente los  poemas de Neruda sean el contrapeso exigido a los discursos de Fidel. El pensamiento más fugaz obedece a un bosquejo impalpable y puede rematar, o iniciar, una nueva ruta, un nuevo camino. Habrá quienes causarán el mal para que en los siglos futuros trascienda el bien. Vistos de esa forma,  todos nuestros actos son justos y a la vez impasibles. No hay méritos honorables o sabios. Homero compuso la Odisea; con un término razonable de tiempo, con infinitos contextos y cambios, lo imposible seria no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien realmente, un solo hombre inmortal seria todos los hombres: héroe, filósofo, ángel y demonio, en fin, una penosa manera de expresar que soy y no soy. A lo mejor, eso es lo que realmente es ser Dios.

Esa fue la impresión que me dejo mi largo peregrinar aprendiendo el oficio de manos del guardián. El ver al mundo como un sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en él. En primer término, lo hizo inmune a la compasión. No hay placer más confuso que la reflexión y a ella nos entregábamos siempre que las circunstancias lo permitían. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana de mi muerte, el viejo goce elemental de la lluvia. Entre los corolarios de la creencia que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca relevancia teórica, pero que nos indujo, a fines del siglo III o a principios del IV, no recuerdo con exactitud,  a pasearnos por la faz de la tierra. Resumido en pocas palabras: si existe un ser que le dio la inmortalidad al guardián (El Artista); en alguna región tiene que surgir otro que se la pueda quitar. El número de almas no es infinito; un viajero inmortal que recorra el universo acabará, algún día, por haberlas visto a todas, encontrándole o justificando su no existencia. Nos propusimos descubrir a ese ser que pusiese fin a su inmortalidad, o descartarlo de una vez de nuestra lista de posibilidades. Nunca le encontramos. Al menos no en esta tierra.

La búsqueda de la muerte (la del guardián, no la mía que ya había ocurrido) le hacía fastuoso y turbador ante mis ojos. Estos se conmueven por su condición de espíritu, cada acto que ejecutaba, el querría que fuese el último; no he visto rostro más desvanecido que el rostro de sus sueños. Todo, entre nosotros los mortales, tiene el valor de lo efímero y de lo incierto. Para este  ser inmortal, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo precedieron sin principio manifiesto, o el ferviente auspicio de otros que en el futuro se repetirán hasta el cansancio. No hay cosa que no esté como pérdida entre tan testarudos reflejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es realmente perecedero. Lo triste, lo peligroso, la formalidad, no le gobiernan a él.

Completado mi entrenamiento, después de siglos de lento deambular, El Guardián  y yo finalmente  nos separamos, fue a finales de 1950, a orillas del Támesis, yo, a cumplir mi misión, el, a continuar su búsqueda; creo que no nos dijimos adiós. 

Continuará...

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