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domingo, octubre 12, 2014

El último, que apague la luz - Arturo Neimanis



Aquella mañana era el día por tanto tiempo esperado, aunque hacia un poco de frio y amenazaba con llover, nada de eso le pareció molesto. Hoy, después de una larga espera, habría de iniciar el viaje que después de casi cinco años le permitiría reencontrarse con su familia.

Muchas cosas habían cambiado en la patria que le vio nacer. De ser un país pujante, lleno de esperanzas, se habían convertido en una nación de parásitos, solo expectantes a las sobras que cayeran de los rebosantes platos de la clase dirigente.

Un proceso que ya llevaba cerca de veinte años había transformado al otrora país de los sueños hechos realidad, ejemplo para todo el continente, en hogar de millones de desarrapados, autómatas carentes de mente, tan sólo fieles al pensamiento único inculcado por la propaganda del gobierno, incapaces ya de saberse borregos al carecer de una conciencia que así se los indicase.

Todos los que podrían haber marcado la diferencia ya se habían marchado, o como en su caso, estaban a punto de hacerlo, reconociendo su derrota y optando por el exilio voluntario hacia un futuro que, aunque incierto,  al menos le ofrecía la esperanza de una vida mejor.

¿Cómo se llegó a semejante situación?, ¿Quién sabe?, tal vez en un momento del futuro, algún estudioso de la historia logrará explicarlo, yo, al menos, confieso que no lo sé, pasó, simplemente sucedió, ¿Qué más puedo decir de ello?.

La historia tiene la terca costumbre de repetirse continuamente, otros pueblos han vivido situaciones similares, tal vez no tan singulares como esta. Hay que acotar que la prosperidad de una sociedad no se debe a la totalidad de sus integrantes, casi siempre, un reducido grupo de personas se encarga de generar la bonanza y mal que bien, todos terminan beneficiándose de ella.

Ningún modelo social es superior a otro, ni tan bueno o tan malo en sí mismo como a veces nos los muestran. No es cuestión de capitalismo, ni de socialismo, mucho menos comunismo, ni de ningún otro “ismo” que se desee imaginar, todo en realidad se reduce a las personas, a individuos, un pequeño sector de cualquier comunidad, normalmente cerca de un diez por ciento de sus integrantes que, con su forma de enfrentar el día a día de la vida, terminan encausando el rumbo de su entorno hacia un camino de prosperidad general.

¿Qué pasa con una sociedad en la que por cualquier causa, esa masa importante de sus habitantes, simplemente se van?; así paso en Cuba en la década de los sesenta y de los setenta, la favorecida fue Florida que al recibir esa inmigración “Premium” habría de convertirse en un estado prospero mientras que la isla se hundía en la miseria producto de la mediocridad de los que quedaron. Así le está ocurriendo a Venezuela, hundida en el abismo del abandono al permitir el éxodo de lo más selecto de su población.

¿Quiénes están quedando en Venezuela?, parásitos que se niegan a reconocer su triste situación. Un inmenso rebaños de seres acéfalos conformes a la espera de una limosna de vida antes que buscar labrarse un porvenir fruto de su esfuerzo. Zombis sin cerebro que aun sabiendo que todo está mal, nada hacen por remediarlo, tan solo, algunos, rogar al cielo que otro venga y solucione los problemas que ellos mismos deberían estar resolviendo.

La mala noticia es que nadie vendrá a hacerlo, aquellos que podían, en su mayoría, se han marchado. Y los que faltan, hoy están partiendo.

Esperemos que el último en salir, no se olvide de  apagar la luz.

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