Julio 5, 2014
Sombras del Paraíso
por: Arturo Neimanis
CAPITULO XVI
El Manuscrito
“los más siniestros impulsos del corazón humano van más allá de la razón y la lógica, solo quien ha estado en el país de las sombras puede entender lo que está sucediendo aquí” (Emmanuel Kant)
Cuando el guardián se tomó su tiempo para prepararme para mi misión, en una ocasión me dijo que no todo lo que se veía bien, necesariamente era bueno en su origen, Recuerdo con claridad que me puso el ejemplo de los seiscientos arquitectos y artesanos que intervinieron en la construcción del Taj Mahal, un monumento al amor según registra la historia, a todos ellos les cortaron las manos una vez finalizada la obra para que no pudieran hacer otra semejante. He podido comprobar la veracidad de sus palabras en mi recorrido por el mundo, invariablemente la historia ha registrado los hechos en una forma, digamos que muy idealizada. Sin atender a los pormenores. A resultas de esto, muchos personajes un tanto grises e incluso bien valorados a posteriori, tenían realmente su lado obscuro, bastante obscuro por cierto.
Cuando llegue a Nueva York, no pude evitar recordar la última vez que estuve en América, por allá por 1815. Esa vez sufrí muchas decepciones al conocer a los próceres de la independencia de mi país y comprender que realmente tenía una visión, tal vez demasiado sublimada de ellos. Al fin y al cabo eran tan solo seres humanos como cualquiera de nosotros, viviendo la época que les tocó vivir, muy pocos de ellos reflejaban ese brillo intenso que caracteriza a esas personas predestinadas a marcar el rumbo de la historia. Se diría que casi todos eran simples personajes de relleno que la historia engrandeció más allá de lo concebible. De allí que aunque llegaba a suelo americano con la certeza de encontrar respuestas a mi búsqueda también era un tanto escéptico y aun incluso dudoso con respecto a que época especifica dirigirme. La ciudad, en este año 2001, es tal como la he visto tantas veces en la televisión o en el cine, nunca había venido antes de hoy, y me resultaba un poco chocante el encontrarme con todos los estereotipos que la adornan. Sin embargo, como por algún lado debía empezar, hice lo que todo turista normal haría, pasear por la ciudad.
La Guerra de Independencia de los Estados Unidos enfrentó a las trece colonias originales contra la Gran Bretaña. Durante la guerra, Francia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas terrestres y flotas. España, por su parte, lo hizo de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante armas, suministros y abriendo un frente en el flanco sur. Las colonias británicas que se independizaron edificaron el primer sistema político liberal y democrático, alumbrando una nueva nación, los Estados Unidos de América, con ideales que propugnaban la igualdad y la libertad. A partir de allí, este país ha sido un imán para los inmigrantes de todo el mundo y bien se dice que durante mucho tiempo, Nueva York fue su puerta de entrada. Ellos no solo trajeron acá sus ilusiones, sus esperanzas, sus familias. También venían con ellos sus enigmas y sus misterios.
Mi deambular por la ciudad me ha llevado hasta el Museo de la Ciudad de Nueva York. El único hecho relevante marcado en mi memoria acerca de esta ciudad en el siglo XX fue la muerte de Nicola Tesla, ocurrida en un hotel local por allá por 1947, por lo que sí quiero hallar lo que busco, aunque yo mismo no sepa que es exactamente, este lugar, creo, es el mejor punto de partida. Debo empaparme con la historia de esta metrópolis. Siempre me han gustado los museos así que no será ninguna tarea tediosa ni nada parecido.
He pasado toda la mañana metido aquí y no es sino ahora, cuando ya me disponía a irme, derrotado, que he reparado en algo que por evidente se me estaba escapando, justo en la entrada, ante mis narices como quien dice. Allí hay una venta de libros y en sitio destacado uno que habla acerca del Manuscrito Voynich. ¡Claro!, eso era lo que mi subconsciente me viene gritando desde Francia. El manuscrito es un misterioso libro con más de doscientas páginas, ilustrado con contenidos desconocidos, escrito hace alrededor de 500 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, que se ha convertido en el Santo Grial de la criptografía histórica. El original está en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale. Así que adiós Nueva York, New Haven allá voy.
Siempre me ha agradado viajar en transportes públicos, de hecho, es fascinante todo lo que el sistema de transporte de una cultura te dice acerca de la misma, desde los muy avanzados sistemas de la City en el 2012, Shenzhen en China, acá mismo en Nueva York hasta las improvisaciones que he podido encontrar en algunos rincones apartados del mundo. Demore poco más de dos horas en llegar a Connecticut. Una vez allí, un taxi me ubico rápidamente en el campus de la universidad y tras un par de preguntas a algunos chicos que deambulaban por allí, finalmente me encontraba en frente de la biblioteca.
Cuando el guardián me dio la habilidad para los idiomas, incluyó tanto la capacidad para hablarlos como también la de leerlos y escribirlos, el hecho que nadie haya descifrado el manuscrito es algo que no me quita el sueño, sé que yo puedo leerlo. El nombre del manuscrito se debe al especialista en libros antiguos Wilfrid Voynich, quien lo adquirió en 1912. Fue escrito a principios del siglo XV, o al menos eso opinan los expertos y ya sabemos con cuanta frecuencia se equivocan en eso de ponerle fecha a las cosas antiguas. Se cree que proviene de Italia, tal vez Milán o Venecia. Aunque podría ser mesoamericano dada la similitud de algunas plantas ilustradas en el manuscrito con sus contrapartes americanas y por el hecho que 37 de las 303 plantas dibujadas en el manuscrito, seis animales y un mineral, pertenecen a una región concreta entre Texas, el oeste de California, el sur de Nicaragua y el centro de México. Hay quienes sostienen que en realidad es el Necronomicon de Lovecraft (aunque él siempre me negó su existencia).
Después de mucho rogar y mentir, volver a rogar y seguir mintiendo, han accedido a permitirme estudiar el manuscrito. Tiene un montón de ilustraciones de estrellas y plantas. He sido capaz de identificar algunas de ellas, con sus nombres, puedo leer «Taurus», junto a un dibujo de siete estrellas que parecen ser las Pléyades, y también la palabra «Kantairon» junto a una imagen de la planta centáurea, así como otra serie de plantas, entre las que se encuentran el «cilantro», «eléboro» y «enebro», también con sus dibujos correspondientes. No es un lenguaje propiamente dicho, efectivamente es italiano antiguo pero está casi todo convertido en anagramas, me imagino que la inquisición no se la ponía fácil a nadie en aquella época.
Aunque soy capaz de descifrarlo, la labor de leerlo es lenta, sospecho que voy a estar aquí un buen rato. De algo estoy ya muy seguro, esto es obra de mi amigo Leonardo. No sabía que lo había escrito, bueno, realmente nadie llego a saberlo todo sobre él, creo que ni el mismo. Un par de misterios que resolver. Llama a estas tierras el país de las sombras (¿Por qué?), y ¿Cómo supo mi amigo di ser Piero tanto acerca de América si el murió setenta y tres años antes que Colon llegara a sus costas? Misterios, misterios, misterios, cada escombro que aparto solo me conduce a un nuevo obstáculo. Parece tarea de nunca acabar.
Algo es más que seguro. Este manuscrito es muchísimo más importante de lo que pensé en un principio, puedo sentirlo en cada fibra de mi ser. Aunado al hecho que casi al final del manuscrito, hay cerca de una docena de páginas, ¡que no logro leer!
Continuará...
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