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domingo, noviembre 02, 2014

La realidad comunista (Primera Parte)


“No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”
Ayn Rand

Setenta y ocho años atrás, en los Estados Unidos se publicaba una novela sobre la Rusia soviética titulada “Los que vivimos”. Su autora, hasta ese instante, una completa desconocida, Ayn Rand, terminaría siendo reconocida como uno de los intelectos más prestigiosos del siglo XX, su novela llegaría a vender más de dos millones de ejemplares.

Año 2014, veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín, cuando el comunismo apenas subsiste en  Corea del Norte, Cuba, Venezuela y, nominalmente, en China, pudiera parecer que esta obra ya no es relevante, sin embargo, razonar a través de ella lo que supuso desde sus orígenes, nos permite percibir hasta qué punto es maligna esta ideología; tanto en la práctica como en la teoría.

La joven Kira, protagonista de la novela, hija de comerciantes a los que el comunismo ha despojado de todo, observa cómo, poco a poco, su vida entera se transfigura: la ineptitud, las libretas de racionamiento, la escasez, la penuria, la persecución de los opositores, le obligan a hacer hasta lo imposible por sobrevivir, una sociedad donde la congoja y la desesperanza se propagaron como lo haría un incendio en una refinería revolucionaria.

Ahora como entonces, mucha gente se pregunta por qué hay quienes otorgan a otros el derecho a disponer de sus vidas.

"Los que vivimos no es una novela sobre la Rusia soviética, sino sobre el Hombre contra el Estado", proclamó Rand. Yo añadiría que es una historia que trata de cualquier dictadura, en cualquier lugar, en cualquier época, bien sea en la Rusia soviética, la Alemania nazi, la Italia fascista, la Cuba castrista o la Venezuela actual.

Su principal crítica a los comunistas es que "han venido a negar la vida a los que vivimos. Nos han encerrado a todos en una jaula… y después han sellado las puertas".

En este sentido, uno de los protagonistas de la novela afirma, al descubrir que el comunismo viola el fin propio del ser humano: vivir para uno mismo, que "quienes viven así no pueden decir que viven. Contra esto nada se puede hacer. No se puede cambiar, porque el hombre nació así: solo, completo, como un fin en sí mismo. No hay ninguna ley, ningún libro, ninguna decisión de ningún partido ni de ningún caudillo que pueda matar en un hombre aquello que le hace capaz de decir yo".

En resumidas cuentas, es un canto a la grandeza del individualismo y una acerada denuncia contra todas las ideologías que quieren someter al hombre mediante la erradicación de su esencia.

Como venezolano que soy, testigo presencial de la masacre infringida a mi país desde que el encantador de serpientes y cómplice de los sátrapas cubanos asumió el poder, no puedo menos que asombrarme ante lo repetitivo del argumento histórico, lamentablemente, oculto a los ojos de la gran masa de la población, a raíz de esa inexplicada amnesia que parecen sufrir los pueblos de todo el mundo desde tiempos inmemoriales.

Las palabras escogidas por la autora para describir la debacle del pueblo ruso ante los fracasos del comunismo, bien podrían describir la situación vivida por el pueblo cubano o por nosotros los venezolanos y de no ser por las acotaciones propias de la geografía no notaríamos ninguna diferencia con lo que hoy podemos apreciar en cada uno de estos países, victimas del flagelo comunista.

Cuando observamos los desesperados esfuerzos que hicieron miles de personas, antes de la caída del muro de Berlín, para huir de los países comunistas de Europa, escapar a través de alambradas, bajo el fuego de ametralladoras, o la arriesgada empresa de los balseros cubanos huyendo de la isla, o el éxodo masivo de venezolanos dispersos por todo el mundo, uno no puede seguir creyendo que el comunismo, en cualquiera de sus formas, esté motivado por la benevolencia y el deseo de alcanzar el bienestar humano.

Ayn Rand dijo en una ocasión que “la ambición de poder es una mala hierba que sólo crece en el solar abandonado de una mente vacía”, es triste corroborar que nuestra patria está llena de terrenos baldíos.

La más pequeña minoría sobre la faz de la tierra es el individuo. Aquellos que niegan los derechos individuales, no pueden llamarse defensores de las minorías. Miles de años atrás, un hombre descubrió cómo hacer fuego. Es muy probable que muriera quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos.

Arturo Neimanis

1 comentario:

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