Por
Arturo Neimanis
Dice el viejo adagio que
la esperanza es lo último que se pierde y desde que era un adolescente siempre
he hecho el mal chiste que no, que lo último que perdemos es la respiración.
Sin embargo, más allá de unos simples intentos, por demás malos, de hacer un
chiste, la cruda realidad es que los seres humanos necesitamos de la esperanza
para hacer más llevaderas nuestras vidas.
Es precisamente la
esperanza en un futuro mejor lo que nos mueve desde niños a buscar aquellas
cosas que, según la creencia de cada cual, habrán de darle significado concreto a su existencia. Es la
esperanza de llegar a obtener el cumplimiento de nuestras metas, nos las
hayamos planteado o no a un nivel consciente, lo que nos impulsa en la vida.
Si quisiéramos etiquetar
en una sola frase que han significado, para nosotros, los conductores de la
política nacional durante los últimos diez y seis años, esta, a mi modo de ver
podría ser la de “Sepultureros de Esperanzas”, comenzando por el embaucador
mayor y continuando con su irrito sucesor y todos los que le rodean, se han
dedicado durante todo este tiempo a destruir sueños, a construir pesadillas
donde alguna vez hubo ilusiones.
Me he detenido a pensar en
cada uno de los grandes sucesos, aquellos que en su momento han sido noticia de
primera plana, durante todos estos años y con asombro creo ver un patrón en
ellos. Comenzando con las elecciones de 1998 en las que una parte de nosotros tenía
la esperanza que el tipo no ganara porque preveíamos la destrucción que traería
consigo mientras que la otra parte anhelaba su triunfo también con sus
respectivas esperanzas, tener una vida mejor. Al ganar, destruyo la esperanza
de los primeros y con el paso del tiempo asesinó las de los segundos.
Cuando se dio el golpe de
estado o vacío de poder, según la interpretación de cada cual, nos abrimos a la
esperanza que la pesadilla había terminado y apenas nos preparábamos para
rehacer nuestros caminos en función de esas esperanzas cuando el tipo volvió
con todos sus fueros a enterrarlas en la tumba del olvido.
Comenzando el 2013, cuando
se anunció oficialmente lo que ya todos sabíamos desde el año anterior, nació
una vez más una breve chispa en nuestros corazones, pensábamos que habíamos
llegado al fondo del pozo y que al fin, habíamos dejado de cavar, para comenzar
a salir a la luz. Una vez más, cual sepultureros, volvieron a enterrar nuestras
esperanzas, gobierno y oposición, todos son culpables por igual (aunque hay
honrosas excepciones).
El intento de eclipse de
uno de los soles de la revolución, la semana pasada en la isla de Aruba, fue la
más reciente palada de tierra en este cementerio de historias felices con
finales tristes que algunos llamamos esperanzas.
Dije que veía un patrón
definido en todo esto, pareciera que una maquiavélica mente maestra disfruta
viéndonos renacer a la esperanza, para después arrebatárnosla sin miramientos.
Es como si todo eso hubiera ocurrido a propósito, con la sola intención de
disfrutar el sufrimiento de un pueblo.
Son diez y seis años de
lamentos, vidas perdidas, familias separadas, cerebros desperdiciados en el
extranjero, ruina moral y económica de la que fuera una gran nación, después de
tantas esperanzas muertas, aún sigo aquí, aun respiro.
Solo que no se si valdrá
la pena vivir así, sin sueños.
Arturo Neimanis
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