Arturo Neimanis
CAPITULO XXIX: La Cuna de la Humanidad
julio 25, 2014
CAPITULO XXIX
La Cuna de la Humanidad
“Las pequeñas estrellas siempre brillan
mientras que el gran sol es eclipsado a veces”
Proverbio Etíope
Etiopia.
2036
En
1999, La Unesco designó como Patrimonio de la Humanidad, un lugar ubicado a
unos 50 kilómetros al noroeste de Johannesburgo, Sudáfrica. Se ha dado en
llamarlo La Cuna de la Humanidad. Realmente no es así. El hombre apareció por
todo el continente africano más o menos al mismo tiempo. Sospecho que el guardián
tuvo algo que ver con esto. Los restos fósiles que han encontrado requerían de unas
especiales condiciones para poder conservarse y es por ello que designaron este
lugar, era donde esas condiciones se daban.
Sin
embargo, como he de empezar en alguna parte, y ya que estoy completamente a
ciegas en este asunto, que mejor lugar que este, Etiopía, es tan bueno como
cualquier otro. Además, es considerada la cuna del café y en este país existen
diversas historias sobre su descubrimiento además que la tradición de tomar
café es uno de los aspectos culturales más arraigados entre la población. Y a mí,
realmente me encanta el café.
Etiopía
es uno de los grandes desconocidos africanos. Está a la sombra de sus vecinos, Kenia,
Tanzania o Namibia. Reconozco que para venir acá hay que estar realmente
interesado en algo. Yo la considero como la verdadera cuna de la Humanidad. Para
mí, son tres los elementos que esculpen el perfil más íntimo de este país: su
historia de aislacionismo, su lengua y su religión. Al contrario que todas las
otras naciones del continente, Etiopía cuenta con una lengua escrita, con una
religión propia y con una historia que cabalga a lomos de la mitología y que se
transmite de generación en generación sin que ningún habitante de este país
ponga nunca en cuestión su verosimilitud.
Todos
los etíopes, ricos (muy pocos) o pobres (incontables en número), se aferran a
sus mitos y creencias con una fuerza singular. Me resulta por demás curioso que
tanto Cristo como los santos y los ángeles pintados por artistas anónimos
etíopes tengan el rostro blanco, mientras que el diablo siempre es un hombre
negro. En sus mitos, su lengua y sus creencias reside la fuerza del carácter
etíope, su irreductible resistencia.
Etiopía nunca ha sido colonizada, por más
que ha sido invadida en varias ocasiones de su historia. Los etíopes siempre supieron
como librarse de sus invasores.
Así
es Etiopía: irredenta, celosa guardiana de su lengua, sus mitos y su religión
singulares, diferente a todo y a todos, y orgullosa en su pobreza. No hay un
solo país en el mundo que se le asemeje, al menos no, uno que haya visitado.
El
norte del país es un viaje envuelto de historia y cultura. En la capital Addis
Abeba comencé todo, parada obligada por logística más que por interés. Visité
las iglesias excavadas en la roca de Lalibela, fui al castillo de Gondar, en
Baher me maravillé con las cataratas sobre el Nilo Azul y finalmente, mis pasos
me llevaron a las montañas Simen.
Los
fósiles, sólo dicen que tuvimos antepasados en África y de repente aparecieron
los humanos en todo el mundo. La ocupación humana en Etiopía es más antigua que
en casi cualquier otra zona del globo, y es posible que la aparición del
moderno homo sapiens haya tenido lugar en territorio etíope.
Pude
averiguar que al pie de las montañas Simen se encontraba una mujer, Assabin, la
cual era venerada por todos como alguien de gran bondad y sabiduría. Me llama
poderosamente la atención ya que en la mitología etíope, Assabin, es la divinidad
que regía sobre la recolección del cinamomo, el árbol del paraíso. Para obtener
el permiso de cortarlo era necesario, primero, ofrecer al dios cuarenta y cuatro
víctimas en sacrificio. Ya sabemos a qué dioses nos estamos refiriendo cuando
estos piden sacrificios.
Después de mi mala experiencia en Nazca, lo menos que quiero
es enfrentarme a una sombra joven y poderosa, ya se el peligro que corro al
hacerlo.
Con
muchas, tal vez excesivas precauciones, me acerco al poblado en el que me habían
indicado que vivía. Atento a cualquier señal de peligro y con la intención de
salir corriendo de ser necesario. No es momento de valentía insensata.
No
fue difícil acercarme a ella y reconozco que quede impresionado. No podría
describirle con exactitud, sus rasgos son algo así como los del guardián, en
los que se adivina una profusión de etnias conjugadas en un solo rostro. Sus
ojos son color café y muestran un brillo alegre, de esperanza, de paz interior.
Sé que no es una sombra, he aprendido demasiado bien a reconocerlas, pero
tampoco es un ser de luz, al menos no por completo. En ella se percibe la
esencia de los artistas, desde su interior resplandece la luz de los grandes,
no deja de inquietarme que no soy capaz de desentrañar su verdadera naturaleza,
solo puedo vislumbrar un breve esbozo. ¿A quién o a qué me estoy enfrentando?
Es
joven, muy joven, pero logro percibir en ella el aliento de un alma vieja, una increíblemente
vieja por cierto.
Me
vio y en su rostro se dibujó la sonrisa más sincera que jamás haya visto en un
rostro de mujer, sus palabras me dejaron sin habla, en perfecto español, mi
idioma natal dijo: ¡bienvenido!, te estaba esperando.
Continuará...
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