No
hay Novedad, todos muertos
Por:
Arturo Neimanis
El riesgo inherente a la
rutina es que nos acostumbramos, perdemos la capacidad de asombro. En los
últimos 15 años, más de doscientos mil muertos, una economía de guerra marcada por la escasez,
la inflación, las largas colas y miles de desplazados que han huido del país buscando
salvar sus vidas. Esta es ahora nuestra cotidianidad.
Es una guerra no declarada
formalmente, las cifras superan el número de bajas de cualquier otro conflicto
bélico en desarrollo en el mundo. No han caído misiles, eso es cierto, pero han
llovido balas que acabaron con las vidas de miles de venezolanos que
diariamente pasaron a la lista de víctimas de la violencia.
Esta es una guerra que a
nadie parece importarle, al menos a nadie del gobierno, sobre la que nadie fija
su mirada, un conflicto silenciado en
las altas esferas de la política nacional, maquillado con el camuflaje de las
estadísticas que sólo hacen mención a “tantas muertes más”.
Nos hemos acostumbrado a
agradecer que hoy no nos haya tocado el turno. Mientras esa sea nuestra directiva,
todo seguirá igual, esto no cambiará sino cuando todos estemos dispuesto a
decir ¡Ya basta, no más!
Comienzo el día leyendo el
periódico, los titulares abren con noticias del conflicto Árabe-Israelí. Una
disputa tan antigua como la misma historia, pero que acapara la atención gubernamental
en este momento. En el cintillo superior, en letras cada vez más pequeñas leo
el parte de guerra del fin de semana, cientos de muertes en todo el territorio
nacional.
Salgo de mi casa y tomo el
transporte público, por doquiera veo propaganda del gobierno pregonando una
patria segura. Al montarme en la camionetica todo habla de la mentira de esa frase.
Trato de esconder lo poco que tengo de algún valor, sólo dejo visible lo mínimo
necesario.
No puedo distraerme, debo
estar pendiente de quién asume una conducta sospechosa, en un par de ocasiones
me bajo y paso a otro vehículo, por miedo, no a que me roben, sino a que me
maten por quitarme un teléfono.
Al Llegar a mi trabajo, leo
una pancarta que dice “Feliz viaje”. Otro que se va del país, no en busca de
dinero, sino de tranquilidad. También nos hemos acostumbrado a eso, a perder amigos y ver
gente partir. Son decenas de miles de fugitivos de la violencia, huyendo de un
país donde la muerte se ha apoderado de todo.
El día sigue, nada me
afecta, al parecer me he adaptado a vivir así. En la hora de almuerzo todo el
mundo sale de la oficina, mucho rato después regresan con bolsas del mercado,
nadie les reclama el tiempo extra que se han tomado para hacerlo. Aprovechan para
perseguir los pocos productos básicos que aún se logran encontrar.
Como en todas las guerras,
la escasez, las colas y la inflación se han instalado en Venezuela. El dinero
ya casi carece de sentido. En la web leo que “El gobierno enviará 16 toneladas
de ayuda humanitaria a Gaza entre alimentos y medicinas”. No sé si reír o
llorar, ayer visité una docena de farmacias, buscando los inexorables medicamentos
para una persona de mi edad, búsqueda infructuosa, no los hallé en ningún lugar.
A media tarde salgo, me
permiten irme más temprano, para evitar las horas pico del hampa. Un grupo de
niños en la calle piden limosna mientras llega la hora en que salen a robar. En
la radio mencionan al canciller de la república anunciando que traerán a niños huérfanos
de Palestina para auxiliarlos a retomar sus vidas. Me pregunto si en Palestina
podrían hacernos el favor de recibir a los nuestros. Digo, tan sólo para
equilibrar.
Después de tres horas de
viaje, menos de veinte kilómetros, llego a mi hogar. Un amigo me saluda, ¿qué
tal?, ¿Alguna novedad? Le respondo con un chiste de mi padre, veterano de la
segunda guerra mundial, no amigo, no hay novedad, todos muertos.
Arturo Neimanis
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