Arturo Neimanis
CAPITULO XXXIV: Infierno Blanco
Agosto 11, 2014
CAPITULO XXXIV
Infierno Blanco
"Tienes
que saber, no temer, saber que algún día vas a morir, y hasta que no entiendas
eso, eres inútil."
Normalmente
creo en lo que veo y en lo que creo haber visto, pero lo que vi y lo que creí
ver en la pirámide de las sombras, aun hoy, después de mucho tiempo, me sigue
pareciendo inverosímil. Al principio pensé que eran tal vez un centenar de
cadáveres, me quede corto, pasaban del millar. Todos murieron de una forma instantánea.
Todos sin razón aparente.
Demoré
casi un par de días, al menos eso creo, en salir de aquella lúgubre tumba en la
que se había convertido aquel edificio. No sabía realmente donde me encontraba.
Cuando las sombras me apresaron estaba al pie del monte Kilimanjaro ("njaro"
era un demonio del frío), y a menos que mi cálculo del tiempo estuviese
completamente errado, o que ahora este nevando en la cuna de la humanidad, me
encontraba en cualquier parte menos que en África. A dondequiera que dirigiese
mi mirada, todo lo que podía ver era solo una blanca llanura de nieve y un
cielo completamente cristalino y azul, un azul tan limpio como jamás antes mis
ojos habían contemplado, por supuesto, hay nieve en la cima del monte, bueno,
la hubo hasta el 2045, pero hasta donde llega mi vista, no hay nada más que
esta siniestra pirámide…
Fui
dotado de la habilidad para trasladarme en el tiempo pero no para hacerlo en el
espacio, de poder hace mucho que hubiese
escapado de mis captores. Hasta donde sé, ellos tampoco son capaces de hacerlo
y tengo la certeza que las travesuras cronológicas corren tan sólo por mi
cuenta, así que debo estar aun en la misma época.
Cuando
fui capturado, perdí el conocimiento, no sé por cuanto tiempo. Me imagino que
fui trasladado hasta aquí cuando estaba inerme. Por el color del cielo deduje
que me encontraba cerca de alguno de los polos. El norte o el sur, bueno, eso
era otra cuestión. De todos los posibles lugares del mundo, mira que venir a
traerme a este infierno blanco. Nada puedo hacer para orientarme más que
esperar a la noche.
Existen
indicios en la naturaleza que pueden darnos pistas sobre la dirección que
llevamos. No son muy precisos, pero en circunstancias excepcionales pueden
impedir que perdamos el tiempo dando vueltas en círculo.
En
el hemisferio norte los musgos crecen en las zonas más sombrías y húmedas de
los troncos, que suele corresponder a la cara norte. Si bien esto puede variar
localmente a causa de un microclima particular. Para mi mayor desazón, me
encontraba en una zona absolutamente libre de toda vegetación.
La
salida y la puesta del sol también son una referencia. A todos nos han enseñado
que el sol sale por el este y se pone por el oeste. Sin embargo sólo lo hace
por el punto exacto en los equinoccios, o sea, alrededor del 21 de marzo y del
23 de septiembre. Sin embargo, no sé en qué fecha nos encontramos con
exactitud.
Aun
tuve que esperar durante tres largos días, un cielo nocturno encapotado me
impidió ver las estrellas. El alimento, afortunadamente no fue problema,
realmente no necesito comer ni beber, el guardián, y en verdad agradezco la amabilidad,
me dejo la habilidad para seguir disfrutando del placer de la comida aunque no
tenga la necesidad de comer. Mi vida habría sido en verdad muy gris si no
hubiese sido por muchos gratos momentos gastronómicos.
Finalmente,
un cielo despejado me permitió verificar que me encontraba en algún lugar del
hemisferio norte, por la noche, si está despejado, guiarse por las estrellas es
eficaz y sencillo.
En
este hemisferio del planeta, la estrella polar indica siempre el norte. Esta
estrella es la última de la cola de la osa menor y, a pesar que en casi todas
las ilustraciones se muestra como una muy brillante, su luz es tan pálida que
con frecuencia no es fácil de ver. No obstante, es sencillo guiarse por la Osa
Mayor para localizar el punto donde se encuentra la estrella polar. Sólo
tenemos que prolongar cuatro veces la distancia que separa las dos estrellas
frontales de la Osa Mayor.
Me
parece que estoy probablemente en Canadá así que ya puedo comenzar a caminar,
tengo bastante camino que recorrer. Y mucho en que pensar.
La
extraña forma en que murieron estos seres me tiene intrigado. Fue simplemente
como si alguien hubiese bajado un interruptor y los hubiese apagado a todos. No
había nada en sus rostros que mostrase la anticipación de la muerte. Simplemente
se detuvieron. Sin embargo, no todo fue tiempo perdido. Mientras esperaba, me
dedique a explorar concienzudamente la pirámide de las sombras y fueron muchas
las cosas reveladoras que encontré. Nada que me indicase que les había pasado,
pero si muchas crónicas de su paso por la historia del hombre.
Han
estado entre nosotros desde el mismo momento en que fuimos expulsados del Edén,
y no precisamente por gusto, no al principio al menos.
Continuará...
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