¿Derechos? - Arturo Neimanis
Julio 7,
2014
Sostenemos como verdades evidentes que todos
los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos
inalienables entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad...
Nada de esto es cierto para la naturaleza,
nada hay más antinatural que el “derecho a la vida”, a mi imaginación siempre
acude una imagen cuando oigo esta frase en boca de quien sea: un ratón a punto
de ser comido por un gato le dice – ¡La ley dice que tengo derecho a la vida!-
a lo cual, el gato responde -¡Esa misma Ley dice que tengo derecho a mi
alimento!-
Ni que decir de la libertad o de la búsqueda
de la felicidad, todos estos, conceptos abstractos sin asidero en ninguna
inmutable ley de la naturaleza.
La cruda realidad es que la única ley natural
aplicable en materia de derechos humanos es que si no apoyo con mi fuerza esos
derechos, estos simplemente no existen.
Si no soy más fuerte o más listo que la
bestia, esta se alimentará de mí en vez de yo hacerlo de ella, si no levanto mi
puño en contra del que me oprime, este nunca dejara de apretar mi cuello y si
no hago algo más efectivo que simplemente quejarme, nunca saldré de este estado
de subyugación al que me quieren someter.
Durante muchos años hemos sido “maleducados”
para esperar que papá estado nos dé cosas que no hemos hecho nada por merecer,
empleos bien remunerados para los que no estamos capacitados, una “vivienda
digna” por la que no hemos hecho ningún intento para obtenerla a través de
nuestro esfuerzo, y así hasta el infinito en un sinfín de aseveraciones más que
ridículas, todas ellas, basadas en un “supuesto” derecho a que sean nuestras.
¿Por qué entonces debemos extrañarnos del pozo
séptico en el que se encuentra sumida nuestra patria actualmente?, todos somos
responsables en mayor o menor grado por lo que estamos atravesando en este
momento de nuestra historia republicana y pese a ello, nos mantenemos en el
empeño de esperar soluciones mágicas, caídas del cielo, o venidas de la mano de
personas de otras latitudes que vengan a resolver, gratuitamente, nuestros
problemas.
La realidad es otra: No tenemos derecho a
vivir, No tenemos derecho a ser libres y que ni siquiera se nos ocurra el
pensar en ser felices, si no estamos dispuestos a forjarnos nosotros mismos esa
felicidad, si no pagamos con nuestra sangre nuestra cuota de libertad, si no
ofrendamos nuestras almas en el altar de la muerte para ver si así, al fin,
podemos aspirar a algo que valga la pena llamar vida.
Arturo Neimanis
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