“Rebelión
en la Granja” ("Animal Farm"),
la obra de Eric Blair, mejor conocido como George Orwell, es un relato falso,
pura invención, su atractivo reside en que el producto de la fantasía de su
autor está ceñido a lo que sabemos de la realidad. Como en cualquier otra
fábula, en ésta, los animales hablan. No sólo eso, toman para si las funciones
que en una granja cumplen los hombres.
Jones, el granjero, va a
su cama a dormir, apaga la luz. Apenas lo ha hecho, todos los animales se agitan.
El Viejo Mayor, un cerdo gordo, aparentemente sabio y engañosamente benevolente,
ha tenido un extraño sueño la noche anterior, quiere comunicarlo a los otros animales.
"Y ahora, camaradas, dice el Viejo Cerdo Mayor, les contaré mi sueño. Una
visión de cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido... El hombre
es el único enemigo real que tenemos... Eliminad al Hombre y el producto de
nuestro trabajo será realmente nuestro... Todos los hombres son enemigos. Todos
los animales son camaradas".
Algún tiempo después, el
Viejo Cerdo muere, no sin antes entonar un himno, "cantado por los animales de épocas remotas", para que las
Bestias rompan sus cadenas y designar a Napoleón, otro cerdo, como su legítimo
heredero.
Jones fue expulsado de la
granja por los animales, y los cerdos, que se sentían ungidos para la tarea,
tomaron a su cargo el trabajo de gobernar a los demás. Los cerdos asumieron el control
total de la granja. Bajo su dirección trabajan sin descanso, y obedecen como
esclavos, perros, gallinas, ovejas, vacas, patos, caballos, gansos, una gata,
un cuervo, ratas, conejos, y hasta un gallo que más tarde anunciará con sonoros
quiquiriquíes la llegada del dictador.
Al igual que todas las
revoluciones de la historia, esta comienza con hermosas promesas, el breviario
de una ideología, incluso sus propios mandamientos. Es la utopía, "ese
proyecto de imposible realización". Lamentablemente demasiado cercano a
todos los proyectos totalitarios padecidos por la humanidad.
Como toda obra que esconde
diversos planos, esta fábula es, por una parte, un "cuento" cruel y
despiadado, y por otra un libro que deberían leer muchas personas que aún se
niegan a ver la realidad.
“Rebelión en la granja” se apoya en las circunstancias de su tiempo,
la dictadura de un paranoico ávido de sangre y poder: Stalin. Sin embargo, avanzando
en su lectura, se desprende una conclusión aún más terrible que la misma
realidad.
En la obra, todo está planteado
como un mecanismo de relojería que funciona con absoluta naturalidad. Hace
parecer verosímil lo que en ella ocurre. El espacio físico del relato, está
acotado por la precisión de lo que se narra, la línea recta de lo que se
cuenta, y sobre todo, la progresión que mediante sutiles toques desnuda poco a
poco la clase corrupta de los cerdos.
Cuando todo termina, el círculo
se cierra en el extremo opuesto. La revolución se vuelve una parábola para
volver al punto de partida. La revolución se muerde la cola. Lo que se había
prometido no sólo no se cumple sino que se cumple al revés: se termina por
hacer lo que no se debía hacer; se prohíbe lo que antes se permitía; se torna en
amigo al enemigo y viceversa; los mandamientos son manipulados, y quedan
reducidos sólo a uno: obedecer a los cerdos; se inventa el terror, y a la vez
se cae bajo el dominio del terror.
El Viejo cerdo barrigón había
pregonado que "ningún cerdo debía
vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar
tabaco, recibir dinero, ocuparse del comercio, pues todas las costumbres del
Hombre son malas; ningún animal debía tiranizar a sus semejantes. Débil o
fuerte, agregaba, listo o ingenuo, somos todos hermanos. Ningún animal debe
matar a otro animal. Todos los animales son iguales".
Pero Napoleón, el
heredero, y sus cerdos secuaces, más los mastines de su guardia pretoriana,
terminan por hacer, y por ordenar que se haga, justamente lo contrario. Irán a
vivir en la casa del granjero Jones; vestirán sus ropas, beberán su whisky,
fumarán su tabaco, recibirán dinero, tiranizarán a los demás animales, algunos
de los cuales serán ejecutados.
Aquí no hay redención ni
trasmundo que abra la esperanza a otro espacio, ese que el cuervo Moses promete,
cuervo mentiroso y cobarde, que pretendía conocer la existencia de un país
misterioso llamado Monte Caramelo, al que iban los animales cuando morían...
Todos son engañados, salvo Benjamín, el burro, que no cree en aves en estado de
gravidez. Parece paradójico, en fin, que este burro escéptico termine siendo el
más sabio de los animales.
Ayer todos los animales
"eran iguales"; hoy “todos los
animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros". Ayer izaban
la bandera verde en cuyo campo estaban dibujadas el asta y la pata; hoy sólo se
levanta una bandera verde sin asta y sin pata.
La ayer Granja Mayor, a la
cual los cerdos dieron el nombre de Granja de los Animales, vuelve a llamarse como
antes. Es evidente, para los cerdos, que animales y hombres vuelven a convivir.
Simplemente se unen a su imperio, aunque no lo declaren abiertamente, incluso
lo niegan.
Cuando cerdos y hombres,
en el último párrafo del libro, terminan por almorzar, brindar y engañarse mutuamente
en la casa que fue del granjero, "los
animales, que se encontraban afuera, miraron del cerdo al hombre, y del hombre
al cerdo, y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible discernir
quién era quién".
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