Junio 29, 2014
Sombras del Paraíso
por: Arturo Neimanis
CAPITULO X
Samuel
David, el de La Biblia. Joven y enamorado, desesperado por casarse con la hija de Saúl, Mical, le ofrece cualquier cosa que Saúl desee para que le permita hacerlo. ¿Qué podría querer Saúl? ¿Fortuna? ¿Un juramento de lealtad? No. Saúl quiere prepucios. 100 para ser exactos. ¿Por qué? Al caso no importa. Si quieres a mi hija, deberás traerme 100 prepucios para mañana. David, aunque extrañado, sale y mata a 200 hombres y recoge sus prepucios. Entonces recuerda que sólo necesita 100. ¡Oops! Bueno, tal vez si entrega el doble, Saúl estará doblemente impresionado. De hecho es así y este le concede la mano de su hija. ¿La moraleja de esta historia? Nunca te avergüences de hacer cosas locas por amor. (1 Samuel 18:25-27)
Hoy hemos ido al cine, mi mami quería ver una película de esas de la gente grande, Rain Man, trata sobre un chico como yo, diferente, especial. Usan una palabra que no entiendo, autista, cuando al chico de la película le pidieron que multiplicara mentalmente 4.343 por 1.234, de inmediato yo dije en voz alta 5.359.262. Mami se volvió a mirarme con cara de asombro. Le dije, con una sonrisa de satisfacción en mis labios, el autismo no es malo mami, solo diferente.
En mí peregrinar por la historia y la geografía de este mundo, he podido reencontrarme reiteradamente con la esencia de algunas personas, me explico, no es que por ejemplo, fulano de tal X en el siglo Y me lo haya vuelto a encontrar Z años más tarde, no. Es algo más intangible, es como si la esencia de algunas personas, sobre todo las particularmente decisorias en alguna encrucijada histórica, se reciclasen a lo largo de los siglos. Tuve la oportunidad de hablar con el profeta Samuel (si, ese mismo, el de La Biblia de los cristianos) cuando andaba adiestrándome con el guardián, conocí a un tal Samuel Jhonson durante los disturbios en la City, el elaboro el reportaje más minucioso que he podido leer acerca de esos sucesos, en aquel momento me asalto una cierta familiaridad cuando pude conversar un poco con él, recientemente, en mi estadía con los alanos conocí a un muchacho, Shmuel, por aquel entonces, el encargado de escribir los libros sagrados del recinto de los dioses, o más actual a Samuel Clemens, mejor conocido por su seudónimo Mark Twain y de quienes estoy absolutamente seguro eran todos la misma persona aunque diferían en su aspecto físico. Sin ir muy lejos, aquella brava guerrera, Spadines, la que se casó con Kuluk por “consejo” divino y avanzo conquistando a los romanos cuando un muy conveniente “accidente” la dejara viuda a pocos meses de su enlace matrimonial, con lo que logro la gloria que su marido anhelaba, sin disfrutar de su incomoda presencia. Ella me resultaba particularmente parecida a mi hija mayor.
Tengo la teoría, que he de consultar en algún momento con el guardián, que estas personas, si es cierto lo que me conto al conocernos, cuando son borradas y su esencia vital es reciclada, pueda ser que eliminen sus recuerdos, pero lo que les hace ser lo que son, a mi parecer, permanece allí, es como algo inherente a esa fuerza vital, que define al ser que luego darán vida. Incluso llegue a conversar sobre esta “posibilidad” con Mark Twain, quien por demás me impresionó grandemente por lo abierto que se mostraba a explorar otras explicaciones de lo metafísico más allá de las concepciones preconcebidas para su época.
Con el sostuve largas conversaciones acerca de la naturaleza de lo divino y fue el quien por vez primera me asomo el tema de la incapacidad de dios para ser feliz.
¿Podemos atribuirle felicidad al ser divino? la pregunta no es absurda. Nuestro parecer convencional sobre la felicidad es la de un estado emocional de la mente, solía decirme.
¿Es dios sujeto de emociones? Ciertamente se nos dice que dios ama a su creación, y el amor, al menos en el mundo humano, es una emoción. Pero el amor es fuente de felicidad cuando es correspondido, y el amor de dios es correspondido, sin duda alguna, únicamente por algunas de sus criaturas: algunos no creen en su existencia, a otros, como yo, no les importa si existe o no, y hay quienes incluso lo odian, acusándolo de indiferencia frente al dolor y la miseria humanos. Si no es indiferente, si más bien es sujeto de emociones como las nuestras, debe entonces vivir en un estado de tristeza constante al ser testigo del sufrimiento humano. No es su causante, y no las desea, o tal vez sí, pero es impotente ante todas las desdichas, los horrores y atrocidades que la naturaleza ocasiona a las personas o que ellas se infligen entre sí. El dios de los cristianos no fue feliz en ningún sentido reconocible. Se hizo carne y sufrió, compartió el sufrimiento de sus semejantes y murió en la cruz si hemos de creer a las escrituras.
Yo, conocedor de la verdad con respecto al tema, solía suavizar un poco las cosas acotándole que hay, obviamente, personas que se consideran a sí mismas felices porque son exitosas: son saludables y ricas, sin carencias, son respetadas (o temidas) por sus vecinos y que tales personas podrían creer que sus vidas son la felicidad. Pero esto no es más que autoengaño e incluso ellos, periódicamente al menos, se dan cuenta de la verdad. Y la verdad es que son un fracaso, igual que el resto de nosotros. Eso le hacia reír con un desparpajo, solo posible en la mente de un niño, creo que realmente eso es lo que mejor definía a este personaje tan llamativo de la historia.
Samuel (cualquiera de ellos, si mi teoría es correcta, todos terminan siendo el mismo), me mostro por primera vez los destellos ocultos en la trama tejida por el Artista, con el comencé a verdaderamente entender la base de sustentación de su obra y he de reconocer que realmente había una gran belleza oculta en esa subyacente trama de vidas recicladas.
Poco a poco me he ido acercando a un conocimiento vedado para el resto de la humanidad, de la cual, no sé si aún formo parte después de todo esto. Veo al ser humano como a un ente, una especie de autista colectivo, que incapaz de sintonizar con el resto de la creación, luce distorsionado en la armonía del todo cuando en realidad es tal vez muchísimo más avanzado y por simple necesidad del momento, ha tenido que ser, de alguna manera, contenido en su ímpetu, para que no desborde al resto del Universo.
Es como si al tener a un atleta sobresaliente, le impusiéramos un hándicap para que el resto de los participantes no se sientan frustrados. A veces me pregunto si, en menor escala, aquellos que en un momento determinado de su transitar por la obra, son catalogados como autistas, no habrá sido en realidad que para no opacar a los que les rodeaban, fue necesario “frenarles” de alguna manera. He allí otra interesante consulta que debo hacerle a mi jefe.
Lo que al parecer ha representado la esencia de mi amigo Samuel para el ordenado mundo de las letras, lo encontré también reflejado en el mundo de la música en una extraordinaria mujer, Amaia…
Continuará...
No había tenido la oportunidad de pensar acerca del autismo desde este punto de vista. Interesante teoría.
ResponderBorrarGracias, esa precisamente es mi intención a todo lo largo del libro que estoy publicando, llamar la atención acerca de otras maneras de ver la vida, mas allá de los criterios preconcebido con los que nos han programado desde que eramos niños.
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