Arturo Neimanis
CAPITULO XXX: Prisionero de las sombras
Julio 28, 2014
CAPITULO XXX
Prisionero de las sombras
“Todo
el mundo es una luna, que tiene un lado oscuro, que nunca le muestra a nadie”
(Mark Twain)
Lo
primero que sentí al despertar fue miedo, un terrible miedo, lo segundo, una
aun mayor vergüenza por sentirlo. Todo era obscuridad, no me atrevía siquiera a
abrir los ojos porque en verdad temía poder ver a través de aquellas tinieblas,
tenía miedo de ver frente a frente las fuentes de mis temores.
Todos
mis sentidos estaban embotados, me costaba incluso el sólo hecho de pensar.
Estar vivo escapaba de mi comprensión. ¿Por qué no estaba muerto?, ¿por qué las
sombras me permitían seguir con vida?
Debí
hacerle caso a Assabin, no debí venir aquí, aun no era el momento, no estaba preparado
para enfrentarles, al menos no tantas a la vez.
Cuando
llegué a ella, una vez superado el asombro que sus palabras produjeron en mí, comencé
un acelerado proceso de adquisición de conocimientos sólo comparable a los que
ya había acumulado a lo largo de mi vida después de la muerte.
Con
su bella voz, su increíble paciencia y varios años de esfuerzo, me hizo adentrarme
en los arcanos conocimientos que consolidaron la sinfonía entre el bien y el
mal en la que nos hayamos sumergidos en este momento de la historia de la
humanidad.
Entendí
como fue que mi instinto me hizo tomar decisiones a lo largo de todos estos
años que, pensaba yo, eran producto de mi perspicacia, como aquella vez en 1453
cuando deliberadamente deje abierta una simple puerta en Constantinopla que le
permitió a las fuerzas enemigas tomar la ciudad, ¡ah pobre tonto!, yo creyendo
en mi intuición cuando esta no es más que una ilusión.
Me
dio respuestas incluso a pensamientos fugaces que en su momento yo interpreté
como simples llamaradas de mi buen humor, como cuando pensé en cuál era la
necesidad de ir a la iglesia si se supone que dios está en todas partes.
Lo
que cuenta en la vida, ahora lo sé bien, aunque creo que ese conocimiento
siempre me ha acompañado, no es el sólo hecho de haber vivido, es nuestro paso
por ella lo que en realidad vale, los cambios que logramos hacer en las vidas
de los demás, eso y sólo eso es lo que le da significado a la nuestra.
“Llevo mucho tiempo esperando por ti, la hora
de nuestro encuentro estaba marcada por el momento de tu primer tropiezo con la
verdadera muerte. Nadie podía ayudarte, ese era un camino que tenías que
recorrer tu solo, realmente el desenlace de ese encontronazo no lo podía predecir
nadie, ninguno de nosotros lo sabía” me dijo Assabin el día que nos
conocimos.
Yo
apenas atiné a responderle un balbuceante ¿Nosotros?...
“No, no hay lugar a preguntas, al menos no
ahora” me contestó. “Es momento de
enseñarte, para eso he esperado, es mucho lo que debes aprender, ahórrate las
preguntas, por ahora no hay respuestas”.
Confieso
que de entrada no entendí el porqué de tanto hermetismo, sin embargo, a medida
que transcurrió el tiempo, comprendí que no podía darme respuestas porque era
tanta mi ignorancia que ni siquiera estaba en capacidad de plantear las
preguntas correctas.
No
lo vi venir. Enfrascado en comprender la simbología oculta detrás de las
figuras míticas, dragones y serpientes diseminados a través de todas las
culturas humanas que han plagado la historia. La extrema preocupación de todas
las primeras sociedades con respecto a la imagen celestial, algo que comprendí
era producto de un fenómeno de alcance mundial perdido en el amanecer de la
vida. El conocimiento no fue fácil de desentrañar en la actualidad pero no estaba
del todo perdido.
Las
culturas antiguas, por todo el mundo, compartieron una visión cósmica simple.
Nunca debimos permitir que nuestros fragmentados conocimientos de los hechos
nos cegaran en nuestro intento de recapturar esa visión.
Los
dioses y diosas primigenios mostraban apariencia humanoide y protegían al
hombre de los monstruos, ahora, esos mismos monstruos son los que amenazan con
destruir la esencia del ser humano, solo que, ya no hay dioses y diosas para
protegernos, yo pensaba que estábamos solos en esta desigual batalla.
Mi
incapacidad para preguntar se había convertido en una malhadada impaciencia
para esperar el momento exacto en el que debía actuar, producto de eso es que
estoy acá ahora, solo, aterrorizado, en medio de las tinieblas esperando no sé,
¿ser ejecutado tal vez?, prisionero de aquellos a los que desde el principio he
llamado demonios y, ¡oh cielos!, realmente lo son.
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