No
todo el que te saca del excremento es tu amigo
Por:
Arturo Neimanis
Un día, ya a mediados de
enero, un pequeño pájaro, abandonado en su nido en lo alto de una arboleda,
desesperado ya por el hambre, se asomó a ver el mundo, vestido todo de blanco
tras las primeras nevadas.
Tan desafortunada avecita,
excedida en su curiosidad, se inclinó tanto para observar que perdió el
equilibrio y de lo alto del árbol se desplomó a la tierra, sólo salvó la vida porque
se hundió sobre la blanda nieve, sin embargo, a los pocos minutos, el intenso
frio amenazaba con concluir lo que su caída no había podido lograr.
Estando en tan precaria
situación, una vaca que venía pasando por el camino, casi le aplasta entre sus
patas, escabulléndose por un pelo y a punto de sentirse a salvo, un ruido sordo
se dejó oír, ¡ploof!, y he allí al pequeño pájaro, todo bañado en mierda por cortesía
de un rumiante miope y bastante poco educado.
A punto de lamentarse por
tan mala suerte, entró en la comprensión que el intenso frio había sido relegado
a un lado por la suave tibiez del excremento vacuno, después de todo, no era
tan malo, todo tiene un lado bueno al fin y al cabo.
Feliz estaba allí, en su cálido
refugio, pero de pronto, un niño que se acercaba le vio en su predicamento y apiadándose
de él, lo saco de donde estaba, le limpio con cuidado y esmero y después de
muchos esfuerzos volvió a colocarlo en su nido.
Un ave de rapiña, que
desde hacía rato contemplaba la escena, aprovechando el momento, en veloz vuelo
de picada, tomo a la desprevenida ave y la convirtió en su desayuno.
La moraleja de esta
historia es que no todo el que te hunde en la mierda es tu enemigo, y no todo
el que te saca de ella te está haciendo un bien.
Cuando
era niño le oí una vez a mi padre contar esta historia, recuerdo a su vez de su
niñez. Como tantas cosas buenas en esta vida, aun continua vigente y su
enseñanza cada día cobra más validez.
Arturo
Neimanis
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