Recordaba la productora y programadora alemana de cine Cathy de Haan que los periódicos y la radio fueron las primeras plataformas de la Historia que se usaron para difundir de forma masiva propaganda política. El cine vendría después y en el caso de la Alemania nazi devendría en un instrumento crucial para el aparato de difusión que manejaba el maligno ministro de propaganda Joseph Goebbels quien coordinó un conjunto de filmes de ficción cuyo contenido es muy desagradable.
Seis películas de ficción y cuatro documentales estuvieron incluidos en este Ciclo cuyos mentores fueron la propia De Haan y Daniela Rosenfeld, directora del Festival de Cine Judío de Barcelona. El público llenó las salas en casi todas las sesiones, entre quienes estaba un grupo importante de personas de edad avanzada que vivieron aquellos años o épocas posteriores y que también se encontraban ahí para tratar de comprender un poco mejor qué es lo que ocurrió en esos momentos tan nefastos para la humanidad. Lógicamente también había espectadores de generaciones más recientes que asistían con la intención de descifrar los sutiles mecanismos de manipulación para distorsionar la realidad y provocar un miedo que deviniera en paranoia hacia las víctimas elegidas (ingleses, polacos, judíos,…).
Los seis largometrajes seleccionados tienen una construcción y una técnica cinematográfica impecable pero son difíciles de ver por su inclinación al culto del poder autoritario, la justificación del colonialismo o el antisemitismo, entre otros factores. En la mayoría de coloquios posteriores a las proyecciones se deliberó acerca de la conveniencia o no de que estas películas se pudieran ofrecer libremente en el mercado para su compra, pero casi todas las voces se mostraron en contra y una de las pocas que se mostraron a favor es precisamente el mejor ejemplo de que esto no se podría hacer: un espectador dijo tras el visionado de “El judío Süss” que le había parecido “una película de aventuras como otra cualquiera” y no veía ningún inconveniente en que se puedan ver sin la contextualización previa de un especialista (sic).
¿Qué es lo más escandaloso de estos filmes? Pues que fueron rodados y estrenados en un periodo que se inicia en 1933, cuando todavía faltaban unos años para el inicio de la II Guerra Mundial y que no solamente procesaban ese culto al poder autoritario sino la grandeza del Tercer Reich y la distorsión sistemática de los que ellos habían elegido como “enemigos”. ¿Alguien puede imaginarse cómo sería el caso de que hoy en día se hicieran películas de ficción representando a gibraltareños como ogros y corruptos para adoctrinar a la población de cara a una futura invasión y exterminio? Lo pernicioso del tema pone los pelos de punta.
El ciclo se inició con el film de 1933 “Hitlerjunge Quex”, estrenado en España como “El flecha Quex” buscando una similitud entre las Juventudes Hitlerianas y la Falange Española. Fue el primero producido por Goebbels, quien lo reconoció como “la primera transmisión a gran escala” de la ideología nazi. La película trata sobre la conversión ideológica de una familia alemana de clase obrera. Heini Wölker es un aprendiz de impresor, hijo de un comunista. En el medio de cierta rivalidad entre las juventudes hitlerianas y comunistas, éste se alía con las primeras, denunciando un complot comunista contra ellas y convirtiendo a su padre al nacional-socialismo. Poco después es asesinado por militantes comunistas durante una campaña de propaganda nazi en su barrio obrero. La película es a las claras una versión maniquea de la realidad de aquel momento. Goebbels lanzó su primer dardo envenenado contra los militantes de izquierda.
En aquellos primeros años, el nazismo sentía necesidad de enfatizar la pertenencia a un grupo étnico o raza, como se llamaba entonces, con la idea de que el imperio alemán debía de extenderse más allá de sus fronteras para facilitar el crecimiento y expansión de los hijos futuros. En 1934-35 la cineasta Leni Riefenstahl rueda un documental con partes de ficción titulado “Triunfo de la voluntad” en el marco del congreso anual del partido nacional-socialista que tuvo lugar en Núremberg en el que aparece la llegada de Hitler, algunos fragmentos de discursos, escenas preparadas ad hoc e incluso fotografía aérea. Todo con una escenografía preparada para manipular al espectador a través de la mezcla de imágenes. El nazismo siempre apeló a las emociones en sus películas, nunca a la inteligencia, y volcaba todos sus alegatos en torno a la idea de la muerte. En los discursos que aparecen en este filme se apela por ejemplo al “pensamiento único” como forma de sumisión al mesías que en este documental llega por vía aérea pasando la sombra del avión en forma de cruz por encima de las multitudes y al que la realizadora siempre tomaba de espaldas o de lado, nunca en un plano frontal. Se ven travellings en movimiento, imágenes entrelazadas desde una perspectiva distorsionada y una música muy estudiada que han hecho que éste haya sido considerado el mejor documental propagandístico de la historia.
El film más ofensivo de los presentados en el Ciclo es “El judío Süss” de Veit Harlan (1940) ya que cambia por completo la verdadera historia de Joseph Süss Oppenheimer, un consejero y asesor judío del duque católico Karl Alexander de Wüttenberg en la década de 1710, quien tenía serias diferencias con sus vecinos protestantes. Harlan aprovechó un desenlace fatal ocurrido realmente -el ahorcamiento del consejero tras el repentino fallecimiento de su bienhechor- para mostrar los antecedentes del personaje de una manera distinta, presentando falsamente al judío Süss como un ser ávido de poder, corruptor y codicioso, culpando así a la auténtica víctima y justificando la acción final de los verdaderos verdugos.
Causa vergüenza ajena ver cómo en 1941, año en que comenzaron las deportaciones de polacos a los campos de exterminio, Goebbels encargó a Gustav Ucicky la realización de “Heimker” (Regreso), una película que desfiguraba la realidad presentando una historia en la que los polacos perseguían a la minoría alemana residente en Polonia antes de la guerra. Víctimas de una implacable persecución, los alemanes son hacinados en una prisión después de haber sido maltratados y vilipendiados por los polacos. Al final del film, tanques y aviones llegan a la zona para liberarlos mientras los reclusos alemanes están cantando temas patrióticos en los sótanos mostrando cómo esa minoría germánica sólo escapa de la muerte gracias a la invasión alemana. Esta maliciosa película se hizo con un León en la Bienal de Venecia de 1941 y en Viena fue distinguido como “Film de la Nación” que era un galardón para cintas cuya contribución a la causa nacional se consideraba excepcional.
Un año antes (1940), otro director, Eduard von Borsody, rueda la película posiblemente más pretenciosa exhibida en este ciclo, “Wunschkonzert” (Concierto solicitado), en la que un oficial alemán conoce a una jovencita de 19 años, rápidamente se enamoran y hacen planes de boda casi al estilo de un cuento de hadas, pero el militar es enviado a España para una misión secreta y pierden el contacto que tiempo más tarde recuperarán en una rocambolesca, absurda y poco creíble historia. Con este film, el aparato de propaganda de Goebbels intentó mostrar la idea de que los miembros del ejército alemán eran de carne y hueso y tenían sentimientos. Llama la atención que en la película no se ve ni una sola demostración de cariño como pudieran ser abrazos, carícias o besos y sin embargo dicen que se quieren casar a los pocos minutos de conocerse. Valga reseñar que el cine alemán nunca ha sido muy pródigo en la exhibición de afectos y ese factor perdura incluso en nuestros días cuando todavía hoy es una filmografía carente de erotismo y pasión amorosa.
Otro frente beligerante lo tenían los nazis con los ingleses a quienes igual retrataron en falso en una película que se vio en el ciclo, “Ohm Krüger” (El presidente Krüger), del año 1941. El film fue premiado también como “Película de la Nación” y fue la segunda producción de propaganda más cara de todo ese periodo del Tercer Reich. La historia retrocede a la Segunda Guerra Bóer (1899-1902) y lo que intentaba es justificar la política de exterminio en los campos de concentración acusando a los ingleses de haberlos inventado en Sudáfrica. El film muestra la lucha de poder entre el patriarca y presidente Bóer Paul (Ohm) Krüger contra su rival británico Cecil Rhodes, así como la disputa con su hijo anglófilo Jan, y deja patente una gran crueldad de los británicos mientras que en la última escena Krüger “profetiza” la caída de Inglaterra como potencia hegemónica.
Respecto al capítulo de documentales recientes, se exhibió “Prisionero del paraíso” sobre la vida del artista judío Kurt Gerron, famoso actor y estrella del cabaret judío alemán en el Berlín de los años 20 y 30, quien fue forzado a dirigir una película de propaganda nazi que se llamaría “El führer da una ciudad a los judíos”. La odisea de este comediante que actuó junto a Marlene Dietrich y cantó Mack de knife en la producción de la Ópera de tres centavos, nos lleva a conocer la gravedad de lo sucedido en el campo de concentración de Theresienstadt, el maquillaje de los hechos y la lucha desesperada de este buen hombre por intentar ser “recompensado” por los nazis con su supervivencia, lo cual desgraciadamente no sucedió pese a haber sido obligado a rodar falsas escenas en las que se veía alegres y felices a los judíos. Otro ejemplo más de la abrumadora sinrazón. Gerron ocupó plaza en el último “transporte” de judíos hacia Auschwitz, donde terminaron con su vida.
“A film unfinished” (Gueto) es otro trabajo de 2010 del israelí Yael Hersonki que documenta el uso clave del cine como instrumento de manipulación durante el nazismo. A partir de tres rollos de metraje que habían permanecido ocultos en un archivo de Alemania Oriental, dejados allí por los soviéticos sin que se sepa el porqué, el realizador indagó en el misterio de esas imágenes del gueto judío de Varsovia hasta que se descubrió un rollo más, parte sustancial para configurar un todo. El film es un testimonio básico para conocer las condiciones infrahumanas a las que se sometió a los residentes forzados en ese área cerrada de la capital polaca. Hambre, enfermedades y suciedad fueron un cóctel terrible para aquellos judíos que con los desagües sin funcionar y exhaustos por la hambruna, tenían que lanzar sus excrementos por las ventanas porque carecían de fuerzas para bajar por las escaleras de los edificios. Oficiales nazis los grababan y extendían cadáveres esqueléticos por las calles mientras que a los que estaban vivos los hacían pasar de largo sin permitirles mirarlos, como queriendo insinuar que a los judíos nos les importaban los demás. Los judíos eran obligados a repetir algunas escenas preparadas hasta que a los nazis les parecía que el encuadre o la expresión eran satisfactorios.
Por último, dos documentales firmados por Felix Moeller, el hijo de Margarethe con Trotta, nos dan una idea más precisa acerca de la personalidad del cineasta Veit Harlan y el contraste de opiniones entre sus descendientes. En el más reciente, sobre el que presentó un corte de 60 minutos al no estar acabado del todo, se dedicó también a investigar los puntos de vista de las nuevas generaciones en relación a estos films tan dañinos de propaganda nazi y el eterno debate de si debería liberalizarse su distribución. Es necesario apelar a la memoria para evitar que toda esta locura pueda repetirse y el ciclo de la Filmoteca de Catalunya, organizado en conjunto con el Goethe Institut y el Festival de Cine Judío de Barcelona, cumple esa función. Lo mismo sería en el terreno de la enseñanza, especialmente en la secundaria.
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