Arturo Neimanis
CAPITULO XXXIII: Cadáveres
Agosto 3, 2014
Sombras del Paraíso
por: Arturo Neimanis
CAPITULO XXXIII
Cadáveres
“Había gigantes
en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los hijos de Dios
a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: Éstos fueron los valientes
que desde la antigüedad fueron varones de renombre.” (Génesis 6:4)
Ángeles
y demonios, al igual que sus respectivos aliados, tienen todos en común el ser
extremadamente viejos. No encontré, en ninguno de ellos, una llama vital que
pudiese decirse que fuera relativamente joven, un poco como la mía, joven en
términos de existencia después de la muerte por supuesto. Todos se sentían
viejos, increíblemente viejos, tan antiguos como el tiempo mismo.
Esa
fue una interrogante que le plantee a Assabin y a la cual me respondió a
medias, crípticamente, alegando que esa era una cuestión de vital importancia,
pero que yo debía descubrir por mí mismo. Tengo mis teorías al respecto sin
embargo hasta ahora no había podido comprobarlas.
Durante
una de las habituales visitas de mis captores, siempre se presentaban a
primeras horas de la noche, intentaban entrar en mi mente, sin lograrlo, me era
extremadamente fácil mantenerles fuera de mí, Assabin me había enseñado bien y
sin falsas modestias de mi parte, fui un alumno aventajado.
Un resquicio en la
coraza que ellos interponían para impedirme entrar a mi vez en sus mentes, me
permitió completar la información que había logrado obtener en Nazca.
Los
demonios, al igual que nosotros y al igual que los ángeles, no sé si aplicara
también para las otras dos razas, se reproducen con normalidad cuando se
encuentran en sus formas físicas. Al igual que nosotros, mueren y se reciclan
en un sinfín de vidas. Pero sentí que había algo más, algo que desconocían a
nivel consciente pero que estaba allí, guardado en los recónditos lugares de su
memoria ancestral.
Lamentablemente,
no podía acceder a esa información ya que realmente no me encontraba en frente
de demonios reales sino de seres humanos sirviéndoles de receptáculo para su
energía vital. Fue así como descubrí que la memoria de la raza está asociada al
envoltorio físico que la alberga.
Incluso
supe que era posible el cruce de razas y que, de hecho, esto había acontecido
en el pasado, ángeles y humanos, hombres y demonios, todo eso había ocurrido en
los albores de la humanidad. Después de todo, las leyendas de dioses copulando
con humanos si tienen una base de verdad. Sin embargo, y en su momento no vi la
importancia de este hecho, del resultado de estas uniones, invariablemente, el
receptáculo físico siempre recibía la fuerza vital de un ser humano. Y no
siempre podían controlarlo.
Producto
de estos cruces, a la genética humana se incorporaron ciertas características,
algunas deseables, otras no tanto. Algunas incluso inviables. Ya la Biblia nos
decía que los gigantes en la tierra eran el fruto de la unión de los hombres
con los hijos de dios.
Descubrí
también que las sombras estaban por completo intrigadas conmigo, no tenían la
más mínima idea de quién o qué era yo, de allí que mostraran tanto interés por
desentrañar el misterio que yo representaba para ellos.
Supieron de mi
existencia apenas desde algunos cientos de años atrás cuando me sintieron en el
imperio azteca y no podían explicarse cómo era posible que siguiese viviendo.
Para
mi quedo claro que ellos no podían, como yo, trasladarse de una a otra época.
Sin duda el guardián sabía lo que hacía cuando ideo la estrategia de usarme con
este fin. Lo que hasta ahora era para mí una corazonada, había adquirido la
fuerza de una verdad revelada. Soy el arma para detenerles en su afán de
destrucción y lo mejor de todo es que lo ignoran por completo.
Tampoco
son capaces de sentirme como yo les siento, debí saberlo desde el principio, en
el imperio azteca viví un cierto tiempo entre ellos sin que se diesen cuenta de
mi presencia, no supieron de mi hasta que entre, torpemente, ahora lo sé, en la
mente de uno de ellos. Estos aquí, ante mí, ni siquiera se han percatado que
son un libro abierto para los ojos de mi espíritu.
Me
encontraba en esta situación cuando de repente los cinco se desvanecieron y cayeron
al suelo, inermes, sin vida.
Salí
de mi celda, el silencio era impresionante, recorrí interminables pasillos
durante horas, parecía un verdadero laberinto, el saber que estaba dentro de
una especie de pirámide me permitió orientarme un poco. Por donde quiera que
pase tan sólo encontré cuerpos sin vida, muchos, muchísimos de ellos. Llegué a
contar más de un centenar. No sé qué ocurrió aquí, que acabo con sus vidas tan
fulminantemente perdonando la mía.
Sólo
sé que yo no tuve nada que ver.
Al menos eso creo.
Continuará...
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